viernes, 24 de julio de 2009

Un real polvo

Viernes noche. A punto de terminar una jornada "de paro", porque no he tenido llamadas, suena el teléfono...Maduro, 47 años. velludo, activo, quiere pasar un rato agradable. Allá vamos.
Salgo a la calle, tomo un taxi que me lleva hasta un edificio frente al Parque del Retiro. Siempre suelo preguntar antes la zona por la que vive el cliente, y si no me gusta, directamente le digo que no. Una tontería, porque si ha de pasarme algo, lo mismo puede ser en la calle Serrano que en un barrio obrero. Locos hay en todas partes.
Me abre la puerta un hombretón, ancho de espaldas, con un corte de pelo impecable, camisa azul con iniciales bordadas, pantalón de traje y zapatos de flecos. Lo que en mi época llamábamos todo un pijo.
Pasamos a un salón y me invita a beber algo. Mientras sale a por las bebidas, desde mi sitio en el sofá cotilleo la estancia. Me llama la atención una mesa llena de fotos "reales", es decir, de fotos de Alfonso XIII, de Juan Carlos I, ésta última dedicada, fotos de las Infantas...El cliente me pilla mirando las fotos, y se sonríe. Le digo que vaya fan que es de la realeza. Sonríe de nuevo y se sienta a mi lado. Deja su vaso de wisky en la mesa y empieza a sobarme la entrepierna. Está claro que no me va a contar nada de su vida. Estamos ahí para follar, para eso me va a pagar, así que manos a la obra.
Comenzamos a besarnos, con nuestras lenguas entrando y saliendo de la boca. Me tumba en el sofá, se pone encima de mí, y deja caer un buen chorro de saliba en mi boca, con sabor a wisky escocés. Eso me pone bastante burro, y por el tamaño que va cogiendo su entrepierna, a él también. Seguimos morreándonos, sobándonos, y en un momento se quita su camisa de iniciales bordadas. Aparece ante mi un pecho bien formado, velludo en su justa medida, con una hilera de vello que le baja hasta el ombligo e intuyo, más abajo. Sus pezones están ya firmes, dos buenos botones para ser mamados. Acerco la punta de mi lengua a ellos, y un escalofrío le recorre la espalda. Le gusta, vaya que si le gusta. Mientras le chupo los pezones, se ha desabrochado el pantalón y del calzoncillo le asuma la punta de la polla, el capullo bien rosado, duro, brillante, húmedo. Yo no puedo resistirme ante una verga así, y sin que él me lo pida, me lanzo a comérsela. Comienzo a pasarle la lengua por ese glande rosado, recorro después todo el tronco, y termino por sacársela entera. Le bajo los calzoncillos blancos y sus huevazos se quedan colgando, redondos, bien afeitados. Este tío me está poniendo malo. Le chupon todo, de la polla a los huevos. Él está a horcajadas sobre mí, con su polla ya en mi boca. Y con sus manos, comienza a sobarme mi paquete. Le ayudo y me saco mi polla, ya bien dura. Comienza a pajearme, con lo que yo, agradecido, le hago una mejor mamada. Sus gemidos comienzan a llenar la habitación, y pienso si las fotos reales se estarán escandalizando de lo que están viendo.
Seguimos así un rato, hasta que me dice que hoy se ha levantado más activo, que me quiere follar vamos. Y sin pensármelo dos veces, levanto mis piernas rodeando sus caderas, para dejar mi culo bien expuesto y abierto. Que sí, que me la meta, que quiero gozar de ese polla dentro de mi culo.
Se pone con gran destreza el condón, y se agacha hacia mis bajos fondos. No me lubrica con su saliba o con lubricante, no. Me hace el honor de darme una comida de culo bestial. Su lengua entrando en mi cada vez más dilatado agujero. Y cuando yo ya jadeo como un perro, me la clava de una vez, atinando a la primera. Hostia.
Cara a cara, mirando su cara de placer según me embiste, nos pegamos una buena follada. Cada vez que su polla me penetra, la atrapo con los músculos de mi esfínter, y el tío se retuerce de placer. Nos estamos follando a la vez, él con su polla, y yo a su polla con mi culo. Yo me retuerzo de placer en el sofá, escondo mi cara en los almohadones, ahogo mis gemidos en ellos. Pero mi cuerpo entero se retuerce bajo esa polla. El tío suda, y ver ese pecho velludo sudoroso, me da más morbo y más ganas de seguir follando salvajemente. Ni siquiera me toco la polla, que bota sobre mi vientre, dura, con cada embestida suya. No voy a tardar en echar toda mi leche, porque mi culo arde.
Sus gemidos son cada vez más rápidos, y siento que se va a correr. No me da tiempo a decirle nada, porque se saca la polla de mi culo, de un tirón se quita la goma, y echa todo su chorro de leche en su vaso de wisky. Qué cabrón. Y sonriendo, jadeando todavía, con su polla derramando sus últimas gotas blancas sobre mi estómago, se bebe el wisky blanquecino de un trago. Me mira, sonríe y se pasa la lengua por los labios, donde un colgajo de su leche tiembla en el vacío. Pero su lengua lo atrapa y desaparece en su boca. Esa imagen, verle hacer esas cosa, ha conseguido que mi polla se ponga a temblar, que mis huevos se pongan como piedras, y sin tocarme, me corra entero, llenadome mi propio pecho de lefa caliente.
Según me visto, vuelvo a mirar las fotos de la realeza. Sonriendo, mientras me acompaña hacia la puerta, me dice en un susurro que es personal de la Zarzuela, es decir, que trabaja allí. Ok. Vale.
Pero allí no creo que se pueda follar a nadie como me ha follado a mí, ni se la coman como se la he comido yo....¿O sí?

sábado, 20 de junio de 2009

Padre, hijo y yo en medio

Que nadie se asuste con el título. No va la experiencia de incesto, o al menos de incesto completo.

Era un día caluroso, a principios de agosto. Madrid, en esas fechas, empieza a ser una ciudad fantasma, pero en contra de lo que se pueda pensar, para mi negocio de chapero es una buena época. Casados que se quedan solos, heteros solteros con ganas de probar, gente de paso por esta ciudad, que libera lo más prohibido de cada uno.

La mañana había sido normal, con un servicio, y la tarde, pensaba que sería tranquila. Tumbado desnudo en el sofá del estudio, con el aire acondicionado a tope, dejaba pasar las horas leyendo. Cuando sonó el teléfono, tuve la tentación de no cogerlo. Pero al final, con pereza infinita, me levanté a descolgar. En mi mente iba fraguando la disculpa que podría poner si quien llamara no me estimulara lo suficiente como para trabajar aquella tarde.

Una voz ronca sonó al otro lado. Y fue directo al grano. Era un padre casi cincuentón, con un hijo de 20 años. Me explicó brevemente que su hijo creía que era gay, lo cual no le suponía ningún problema. Pero prefería que antes de que cualquier desaprensivo le cogiera por ahí y le hiciera daño, quería que fuera a un sitio como el mío, que se lo había recomendado un amigo (no le pregunté quién era el amigo, evidentemente. Discreto siempre), para que su hijo experimentara un poco y sintiera si efectivamente los hombres eran lo suyo.
No negaré que aluciné un poco, y me recordó a esos compañeros míos de colegio que ya casi con un pie en la universidad, se dejaban acompañar por su mamá para que les hiciera la matrícula. Pero al fin y al cabo, el dinero es el dinero, y si el padre quería que fuera así y el hijo lo consentía, problema de ellos. Y evidentemente el tema me había estimulado lo suficiente como para hacer aquel día de pereza, el servicio.

Quedamos a primera hora de la noche, que la temperatura habría bajado algo. Faltando como casi siempre a la norma de que fueran ellos a mi terreno, me acerqué hasta el Paseo de Rosales, lugar donde vivía aquella familia acomodada. Estaba claro que aquellos días padre e hijo se habían quedado solos, y me divertía pensar en cómo la mamá y el resto de los hijos (si es que tenían más) estarían descansado en algún lugar, satisfechos de lo bien que cuidaría el progenitor a su querido primogénito. Nadie como un padre para guiar por el buen camino...

A esas horas no había portero, así que pulsé el botón del piso y sin mediar palabra, me facilitaron el pase. El padre estaba en todo, nada de testigos que pudieran después irse de la lengua.
Subí hasta el séptimo piso, y llamé en la puerta que me indicaron. Cuando abrió el padre, casi prefería que fuera para él el servicio, porque era del tipo maduro que me pone. Me mandó pasar y contra la costumbre, no me guió hacia un salón, sino que le seguí por un largo pasillo hasta un dormitorio, decorado en blanco y negro, con una cama de matrimonio y un sofá a los pies.
Me pidió que esperara un momento, que iba a avisar a su hijo, y que podía ir desnudándome. Estaba claro, aquello sería cualquier cosa menos morbosa, porque la actitud del padre era como la de un médico que pide a un paciente que se quite la camisa para reconocerle.
Me desnudé, me di unos cuantos meneos para ponerme la polla medio morcillona y que cuando viniera el hijo se animara. A ver qué quería el niño.
Al rato, casi 15 minutos después, entraron los dos en la habitación. A mi mente volvió la imagen de los niños siendo acompañados por papá y mamá en su primer día de cole. El hijo me saludó algo cortado, eso sí, sin dejar de mirar mi polla, e hizo un comentario sobre ella. Y eso que no estaba más que medio morcillona.
La situación era un poco subrealista para mí. Los tres en la habitación, yo en bolas, y padre e hijo mirándome. En estas, el padre solamente dijo una palabra, algo así como ¡venga!, y empezaron los dos a desnudarse. Estaba a punto de decir que qué estaba pasando ahí, que si querían trio les iba a costar más caro, cuando el padre me dijo que él no iba a participar en nada, pero que si no me importaba- a su hijo no- se quedaría mirando, sentado en el sofá. ¡Vaya, un numerito de mirón habemus!
Siendo sincero, dado que a mí quien me ponía era el padre, saber que le iba a tener allí mirando, me produjo un empalme casi instantáneo. Así que como el hijo ya estaba desnudo, empecé la acción.
Me acerqué al chaval, y empecé a magrearle los huevos y la polla con una mano, mientras con la otra le pellizcaba los pezones. El niño no era tal, porque fue tocarle y cogerse una temprera de cojones. La polla se le puso mirando al techo en segundos. Las dudas de aquel chaval sobre su sexualidad me cabían a mi en una muela.
Dirigí al chaval para que se pusiera de espaldas al padre, para darme la oportunidad a mi de observar a placer al progenitor y ver qué coño hacía. Apoyé mis manos en los hombros del chico obligándole a que se arrodillara y me comiera la polla. Enseguida se la metió en la boca, y yo, mientras, miraba con todo descaro al padre. Éste se había sentado con las piernas bien abiertas, y su pollón, porque aquello era un auténtico pollón de más de 20 cm creí yo adivinar, se estaba poniendo bien duro. No se tocaba, pero la polla al subir, dejó ver unos huevazos afeitados de la leche, duros y redondos, con la piel bien tersa, de los que me gusta a mi comer, vaya.
El padre me miraba pero no decía nada. Cada gesto mío lo seguía con atención. Parecía que estaba más interesado en saber qué sentía yo que su propio hijo.
El chaval la mamaba muy bien ( no era su primera vez seguro ). Y con cada nueva lengüetada, mi morbo se acrecentaba, insinuándome más y más al padre. Cogí la cabeza del hijo y comencé a follarle la boca, me pellizcaba los pellones, decía frases calientes al hijo, pero dirigidas al padre (¡así cabrón, chupamela así, toma polla cerdo, es lo que querías, chupa mi nabo!)
El padre comenzó a sobarse su cipote y aquello me excitó más a mí. Estaba claro que quienes estábamos follando con la cabeza eramos el padre y yo, aunque físicamente estuviera en medio el hijo.
Me senté al borde de la cama, frente al padre, abriendo bien mis piernas, enseñándoles a ambos el culo. Al hijo para que me lo comiera, para que metiera su lengua en mi ojete. Al padre, para que se excitara más y más. Aquella lengua joven entraba y salia con voracidad de mi culo, me lo chupaba, metía toda su cara entre mis nalgas, resoplaba allí dentro. Y el padre, a cada gesto mío de placer, me correspondía con otro suyo. Yo daba las ordenes al padre, pero obedecía el hijo.

El chaval, después de estar así un buen rato, al final se atrevió a pedirme algo: quería que me lo follara. De nuevo era para mí el padre quien me lo pedía. Le di la vuelta, le puse mirando de frente a su padre, le agaché la espalda y me dispuse a clavársela. En ese momento, el padre solamente dijo que usara goma. Por supuesto, claro. A pelo se lo haría solamente a él si se dejara.
Yo no sé si el hijo notó el empalme de su padre, pero ni dijo nada ni hizo intención de nada hacia él. Como si no estuviera en la habitación.
Mientras preparaba al joven para meterle mi polla, realmente estaba preparando al padre para follármelo mentalmente. Éste, según doblaba su hijo la espalda para ofrecerme su agujero, se deslizó hasta el borde del sofá, y subió las piernas, dejándome a la vista su culo peludo y su ojete bien abierto. Joder, ni al padre ni al hijo creo que fuera la primera vez que se los follaban. El niño dilataba de cojones, y nada más meterle mi capullo, ya tenía el culo dispuesto para metérsela hasta los huevos. Aquel culo estaba chorreando y bien caliente, que fue como envolverme la polla en una toalla caliente y húmeda.
A cada embestida mía, el padre se metía más y más los dedos en su culo. Seguíamos el mismo ritmo, el mismo juego que habíamos empezado: estaba follando con el padre siendo instrumento el hijo.
La enculada fue buena, le embestía cada vez más fuerte, chocando mis huevos con aquellas nalgas blancas. Y a cada embestida mía, el padre cerraba los ojos y dejaba escapar un gemido de placer.
Me excitaron como un cabrón, lo reconozco. Me quedaba quieto, mi polla dentro del culo del chaval, y notaba como éste me la apretaba con los músculos del culo, como me atrapaba para que no la sacara. Y así, después de descansar un momento, volvía a cabalgarle a tope.
El chaval estaba a cien, la polla chorreándole, y se comenzó a pajear con tanta fuerza, que noté que se iba a correr inmediatamente. Así lo hizo. Noté cómo temblaba todo, cómo las piernas le flaqueaban, cómo un orgasmo le inundaba entero. Y soltó un chorrazo de leche que alcanzó la pantorrilla de su padre.
A mí, ver aquello, ver la lefa del hijo sobre la pierna del padre, me dio tal descarga de placer, que casi me corrí dentro del culo jovencito.
El chaval salió de la habitación para ir a limpiarse, dejándonos solos al padre y a mí. El padre seguía mirándome. Me acerqué, pero él me dijo que si quería, únicamente le pajease, que aquel era su límite. Fue decirlo y le agarré aquel pollón para ordeñarlo. Me excitaba aquella fruta prohibida, me excitaba el no poder metérmelo en la boca, le deseaba y a la vez, me estaba vetado.
El padre comenzó a gemir cada vez más y más rápido. Los jadeos de un tío a mí me vuelven loco, y le masturbaba con más fuerza. El orgasmo que sintió aquel hombre fue bestial: abría y cerraba la boca, casi ya chillaba de placer, y cuando le llegó la corrida, se le arqueó la espalda y soltó un chorrazo de leche como el hijo, que de casta le venía al chaval.
A momento entró el hijo, con unas toallitas de papel para que su padre se limpiara, y volvió a salir.
El padre se levantó del sofá, sacó la cartera de un cajón de la mesilla, y me dio el dinero convenido. Mi polla seguía tiesa, pero estaba claro que el cliente ya estaba satisfecho y que pedía que me marchara. Así que me la metí como puede dentro del vaquero, me puse la camiseta y salí de aquella casa, más caliente que la noche que hacía fuera.
Pero en honor a la verdad, debo decir que les dejé una propina en aquel edificio, especialmente al padre. Me monté en el ascensor, dí al bajo, pero toqué la tecla de stop a mitad de camino. El ascensor quedó entre dos piso, y allí, me volví a sacar la polla que seguía muy dura. Mirándome en el espejo del ascensor, imaginando que aquel maduro de unos pisos más arriba me follaba allí, me pegué un pajote de la hostia.
Al salir del ascensor, mi firma de aquella noche resbalaba por el espejo, en forma de lagrimones de esperma. Me hubiera gustado poder escribir: toma cabrón, para .

Claro que con aquella firma, también perdí a dos posibles buenos clientes, porque nunca más me llamaron.

jueves, 18 de junio de 2009

Primer servicio

Año 1992. Ese año decidií oficialmente dedicarme al sexo profesional, hacerme chapero. Vivía en esa época a las afueras de Madrid, y aunque en esa zona, llena de urbanizaciones de lujo, podría tener buena clientela, sabía que no serían capaces de ir a follar al lado de sus casas. Por eso decidí alquilar un estudio en el centro de la capital. En aquellos años, sin internet, había que anunciarse en los periódicos, en las páginas de contactos.
La primera vez que sonó el teléfono, me temblaba todo. Iba a ser mi primer servicio. Al otro lado de la línea telefónica, una voz joven, tambien temblorosa, quería sabe cuánto era, que servicios entraban, cómo era yo. Su evidente desconfianza le llevó a pedir que fuera yo quien se desplazara, y aunque me habían aconsejado que mejor vinieran los clientes a mi sitio para llevar yo el control, accedí a ir.
Reconozco que antes de tocar el timbre dudé varias veces. Por mi cabeza pasaban todas las escenas macabras de las películas de terror ¡demasiado cine!. AL final el morbo pudo más y llamé.
Me abrió la puerta un chico joven, de pelo largo, recogido en una coleta, lo cual me dio más morbo. Sonriéndonos los dos forzadamente, evidentemente nerviosos. Me mandó pasar a un salón bien decorado y nos sentamos. Era evidente que aquella era la casa de sus padres, que por alguna razón, no estaban.
El chico no hablaba nada, me miraba solamente, se tocaba una y otra vez la coleta, pero no se atrevía a romper el hielo. Me correspondería a mí hacerlo, como profesional que era...¡aún siendo mi primera vez!
Le comenté que hacía algo de calor en la habitación (en pleno mes de febrero...) y que si no le importaba, me iba a desnudar. Si quería que hablásemos, follasemos o simplemente pasar el rato, era cosa suya. Así que sin más, me levante y me desnudé. ya en pelotas, me senté cerca del chico, que seguía sin decir nada, pero sin quitarme ojo. Yo adivinaba que el bulto que le iba creciendo en la entrepierna era algo más que nervios. Poco a poco, sin violentarle, avanzando pero dándole la oportunidad de pararme si quería, le fui acariciando la cara, le solté el pelo (un pelo negro, liso, precioso). Y así, lentamente, acerqué mi boca a la suya, buscando sus labios. Por un momento parecía que me iba a rechazar, y sin embargo... Fue rozar sus labios con mi lengua y no sé qué extraño resorte se encendió en aquel chico, que explotó toda la pasión y el deseo contendio que llevaba dentro. Se avalanzó sobre mí y ya con la boca abierta, buscaba mi lengua para chuparla. Nos dimos un morreo bien húmedo, las lenguas moviéndose en nuestras bocas, la respiración de los dos cada vez más agitada.
Aquel chico era puro fuego y manojo de nervios. Quería quitarse años de represión, de instintos reprimidos.
Con aturullados movimientos, dejó mi boca para bajar hasta mi polla. Sí, quería chuparmela. Mamaba torpemente, me mordía y rozaba con sus dientes, pero le dejé hacer. Era evidente que nunca antes se había comido una polla. Y estaba disfrutando tanto, poniéndole tanto empeño, que sin ser buen mamador (llegaría a serlo muy bueno con el tiempo), me puso mi cipote bien duro y humedo.
Así estuvimos un rato, hasta que me decidí a dar un paso más con él: probar yo a chupársela. Le obligué a desnudarse, y cuanso se quitó el slip, apareció ante mi una polla dura, descapullada, sonrosada, apuntando hacia mí. Me acerqué a ella mirándole a los ojos, pero él parecía resistirse y, a la vez, sus ojos me pedían que lo hiciera. Comencé a darle pequeños lametones, y una explosión de gemidos salieron de aquella boca joven. Comencé a chuparla, a meterla entera en mi boca, y él se retorcía en el sofá de placer. Gemía, se mordía los labios, me pedía más.
Pero aquello no duró mucho, porque enseguida me avisó de que se corría, y así fue, lanzando un chorro de leche caliente que le inundó el vientre, resbalando por el vello del pubis.
Yo, fiel a la regla de oro del chapero- no te corras si el cliente no te lo pide, hay que reservar energías por si después hay más servicios-, no me corrí. Pero él estaba tan en éxtasis después del orgasmo, que ni se dio cuenta.
Correrse y volverle el pudor fue todo uno. Se subió rapidamente el slip, sin limpiarse siquiera, y salió de la habitación. Iba a buscar el dinero. Cuando regresó, tras echar un vistazo rápido y disimulado por si faltaba algo en el salón, me tendió el dinero. Yo estaba ya casi vestido, y sin tiempo a ponerme el abrigo, abrió la puerta del piso para que me marchara.
Quedamos creo los dos satisfechos. Al menos yo, que después de mi primera faena, llevaba el dinero fresco en mi bolsillo, y la polla contenta.
Repitió más veces conmigo, y la últimas veces, ya casi me pedía que me quedara.
Hoy es un padre de familia, felizmente casado (o eso dice él), que mantiene la polla en su sitio, excepto la escapada semanal al cine X de la Corredera Baja.

miércoles, 17 de junio de 2009

Por qué me hice chapero

No me gusta la palabra chapero, pero bueno, es la que más se usa. Cuando decidí ponerme a escribir este blog, me dio por investigar de dónde venía esta palabra. Chapero el homosexual masculino que ejerce la prostitución.
En mi caso, las dos cosas son ciertas, es decir, soy gay y ejerzo la prostitución. Pero debo aclarar alguna cosa. Ejerzo la prostitución no por necesidad, ni por proceder de los bajos fondos, ni drogadicto, ni analfabeto. No.
En mi caso ejerzo la prostitución por placer, por el puro morbo que le encuentro a esta profesión, por todas las experiencias humanas y sexuales que me proporciona, de las que os voy a hacer partícipes. Podría perfectamente no ser chapero. Tengo dos licenciaturas, dos masters y hablo dos idiomas. Suficiente para tener otro tipo de trabajo. ¿Pero qué oficio me ofrece el prestigio de ser el "más antiguo del mundo"?. Fuera coñas, soy chapero por convicción, no por necesidad. Sencillamente me pierden las pollas, los cuerpos masculinos desnudos. Y me pierden desde pequeño.
Recuerdo que con seis o siete años, encontré una revista en un cajón de la habitación de mi hermano. Era una revista francesa, pero escrita en castellano. Como aprendí a leer muy pronto y con mucha soltura, leía todo lo que caía en mis manos.
En aquella revista había una noticia de una fiesta que se había celebrado en parís, cuyos asistentes habían acudido desnudos. Recuerdo que aquella palabra me turbó, y presintiendo algo, no me atrevía a preguntar por su significado en casa, prefería buscarla a escondidas en el diccionario. "Sin vestido, a la vista de todos", leí. Es decir, aquella gente iba sin ropa, enseñándolo todo. Aquella imagen se clavó en mi cabeza de siete años y me produjo un chispazo interior: ¡Yo también quería estar desnudo!
En una familia católica, de estricta moral, uno no podía decir que quería ir desnudo, pero rápidamente encontré mi refugio en donde sí podía estar en pelotas: el baño.
Recuerdo que muchas tardes, cuando había menos gente en casa, me metía en el baño y me desnudaba entero. Me subía al borde de la bañera para poder verme en el espejo del lavabo. Me miraba, me acariciaba, pero jamás fue algo sexual, no se me ponía duro aquel ridículo "pito" que podía tener a esa edad. Era más bien una sensación hedonista, exhibicionista. Era mi secreto y sentía un vértigo en el estómago pensando en ello.
Por eso, con los años, tras ejercer diversas profesiones, deliberadamente me convertí en chapero. Para no perder nunca ese vértigo, esa sensación turbadora de ver mi cuerpo desnudo frente a otro cuerpo masculino desnudo. Y ya puestos, y para no parecer muy filosófico, si me dan pasta por ello, estupendo.
Mi intención en este blog es iros contando mis experiencias personales y profesionales, cómo fui creciendo por y para el sexo. Contaros historias de mis clientes, fijos o ocasionales, con la discreción garantizada, que es mi arma de trabajo, además de mi polla.
Así que te invito a que sigas mis andanzas leyendo mis historias, y que las disfrutes de la mejor manera que quieras o puedas: filosóficamente, sociológicamente o sexualmente, masturbándote mientras leas. No seré yo quien te censure, no.

Y para terminar, no creáis que soy un tipo fibrado, musculoso, un adonis. Para nada. Tengo mi pancita, mi vello, mis entradas, mi polla de tamaño medio (15 centímetros, vamos). Pero hasta ahora nadie se ha quejado de cómo la manejo, cómo crece o cómo la disfrutan los clientes. Y por supuesto, de mi culo tampoco, porque soy un chapero sin tabúes, y tanto monto por delante como por detrás, que a todo hay que sacarle partido y placer.